Seguridad y rescate: formación y recursos para emergencias

La vida en la ciudad junto al Atlántico tiene su magia: ese aroma a salitre en el aire, la niebla matutina abrazando el paseo marítimo y un faro milenario que parece vigilarlo todo con paciencia de abuelo. Pero quienes vivimos o trabajamos aquí sabemos que bajo esa fachada tranquila reside un dinamismo —o, a veces, una marabunta de situaciones imprevistas— que exige reflejos, calma y sobre todo preparación. Y sí, aquí es donde la expresión seguridad y rescate en A Coruña no solo tiene sentido, sino que cobra un protagonismo casi teatral, digno del mejor drama en horario de máxima audiencia.

Contemos una de esas historias medio legendarias que circulan en las sobremesas familiares: alguien se atraganta con un trozo de pulpo a feira en plena comida dominical. En un segundo, la sobremesa amenaza con convertirse en escena dramática, solo para que el cuñado, ese héroe de camiseta arrugada, se transforme en un experto improvisado en maniobra de Heimlich, y el pulpo acaba volando a dos metros del plato. ¿Suerte? Quizás. Pero también, formación. Porque más allá del chascarrillo y la medalla de cartón al tizón de la familia, detrás hay cursos, campañas y simulacros que, pareciendo anodinos, salvan más vidas que el superhéroe de moda.

Hablar de preparación es hablar de realismo. Y aquí, la realidad local abarca desde accidentes en la carretera de la Costa da Morte hasta incendios imprevisibles en edificios históricos, pasando por temporales que convierten la zona portuaria en una piscina olímpica de proporciones épicas. Si a esto le sumamos las tradicionales “alertas naranjas” que nos mandan corriendo a por linternas y a revisar el grupo de WhatsApp de la comunidad, la importancia de contar con equipos y personal formados en emergencias se convierte en algo más que una sugerencia: es una necesidad revestida de sentido común.

¿Y quiénes son los protagonistas de estas escenas cotidianas (o no tanto)? Pues todo ese ejército de gente que, lejos de los focos y el “postureo” virtual, dedican horas de su vida a entrenar para el caos: bomberos que conocen cada rincón del centro como la palma de su mano, socorristas atentos que detectan el peligro antes de que llegue a la orilla, policías locales con reflejos de portero de fútbol sala y sanitarios que, si pudieran, te diagnosticarían mientras corres. Son ellos quienes, apoyados en tecnología, vehículos específicos y toneladas de conocimiento práctico, mantienen la calma en la tempestad, literal y metafóricamente hablando.

Pero la ecuación no está completa sin la otra pata del banco: la ciudadanía. Porque por mucho que el cuerpo de emergencias sea digno de una serie policiaca, hay algo que jamás podrá lograrse sólo desde una central de coordinación: la autoprotección y la corresponsabilidad. Aquí es donde ese taller que parece soporífero —el de primeros auxilios de la asociación de vecinos— se convierte en el mejor plan alternativo a una tarde de lluvia frente a Netflix. Aprender a prevenir, detectar y dar la voz de alarma ante un conato de incendio doméstico, una fuga de gas o un accidente vial, es tan esencial como saber si el pan del día sabe mejor que el de ayer. No es cuestión de ser alarmistas, sino pragmáticos: la información bien canalizada y los recursos a mano son igual de valiosos que un paraguas fiable en pleno chaparrón gallego.

Y ya que hablamos del clima, enfrentarse aquí a la imprevisibilidad meteorológica es un acto de fe. Pero, armado con formaciones actualizadas, aplicaciones móviles que avisan de riesgos en tiempo real y una red de profesionales sincronizados como el mejor equipo de relevos, el impacto de los grandes sustos se reduce notablemente. Eso sí, la mejor anécdota del día la sigue dando el vecino que se resiste al plan de evacuación porque «esto nunca pasa»… hasta que pasa. Pero mejor eso que quedarse esperando a que la ciudad entera adivine qué hacer en medio de un apagón repentino. Formarse y estar atentos no solo quita hierro al asunto, sino que, entre charla y charla, puede que incluso nos saque más de una sonrisa mientras aprendemos de paso cómo salvar el pellejo propio y el ajeno, sin perder de vista el humor que tanto nos caracteriza. 

Por último, cabe mencionar la importancia de que las nuevas generaciones aprendan a temprana edad que estar preparado no es símbolo de paranoia, sino de inteligencia colectiva. El día en que ver a un escolar utilizando correctamente un extintor en un simulacro provoque más orgullo que una medalla en la olimpiada de matemáticas, habremos dado un paso grande como comunidad. Y claro, aunque seguirán existiendo los cuñados expertos, nada como una ciudad más formada para transformar lo anecdótico en costumbre y lo imprevisto en oportunidad de ser mejores.