Gestionamos tu herencia con transparencia y eficacia

En Vilagarcía, donde el viento de la ría arrastra historias de familia entre el muelle de Carril y la alameda, las herencias rara vez se parecen a esas novelas en las que alguien deja un sobre en la repisa y todos aplauden. Aquí hay pisos con recuerdos, fincas con viñas, cuentas que nadie mira desde la comunión del primogénito y, cómo no, ese hórreo que resiste mejor que la cobertura del móvil en los días de temporal. La gestion de herencias en Vilagarcía tiene algo de puzzle y algo de carrera contra el reloj, y por eso los vecinos piden ayuda profesional: no para convertir lo complejo en mágico, sino para que cada pieza caiga en su sitio sin sustos, con claridad y, si se puede, con una sonrisa que alivie la burocracia.

Lo primero que aflora cuando se abre un expediente sucesorio no es el dinero, sino el tiempo. El calendario manda: seis meses desde el fallecimiento para liquidar el Impuesto de Sucesiones, con opción de prórroga si se pide a tiempo. Quien conoce el terreno sabe que esos plazos se vuelven amables cuando el mapa está claro: certificado de defunción, últimas voluntades, copia autorizada del testamento si lo hay, o declaración de herederos ante notario si no lo hubo. Nada que no se resuelva, pero cada documento tiene su curva y su ventanilla. En el círculo local —del Registro de la Propiedad a las notarías, pasando por el Catastro y la oficina tributaria autonómica— se habla el mismo idioma que quien ha bajado cien veces la Ravella con un expediente bajo el brazo. Y sí, también hay atajos legales que no son trampas: aceptar con beneficio de inventario para separar deudas del patrimonio personal, valorar con rigor para ajustar el impuesto a la realidad y renunciar si el balance no compensa, que la prudencia también hereda.

El dinero, asunto delicado donde los haya, deja de ser tabú cuando se explica sin tecnicismos. En Galicia, la normativa autonómica ha aliviado mucho la carga fiscal entre padres e hijos, ascendientes y cónyuges, y eso cambia el tono de la conversación cuando llega la hora de hablar de números. No es que todo salga gratis; es que, con información y una valoración adecuada de bienes urbanos y rústicos, el resultado suele ser más racional de lo que circula en el bar de la esquina. La transparencia aquí se mide en hojas de cálculo y en lograr que los herederos sepan por qué pagan lo que pagan, o por qué no pagan, y qué pasa exactamente con la segunda vivienda en Vilaxoán, el utilitario que duerme en la plaza de garaje y los ahorros que llevan años hibernando en una libreta.

Uno de los puntos que más inquieta es el inventario de bienes, porque las sorpresas son de dos sabores: lo que aparece y lo que nunca nadie supo que existía. Las cuentas corrientes y depósitos se rastrean con oficio —hay bancos con memoria selectiva cuando la firma autorizada cambia—, y las propiedades requieren cotejar catastro y registro con una paciencia de monje, especialmente si en la escritura de 1989 quedó un lindero descrito “desde el carballo hasta el camino” y hoy el carballo lo conocen tres generaciones de marineros, pero no la base de datos. Lo mismo con las participaciones en pequeñas empresas familiares, los derechos de uso, o esos trasteros que se compraron de oferta cuando abrir el hipermercado era noticia. El objetivo no es exhibir un trofeo, sino ordenar para poder repartir, porque repartir sin orden es una receta perfecta para una sobremesa eterna.

El impacto emocional juega su papel y conviene admitirlo sin rodeos. La muerte abre, además de cajones, desavenencias latentes: ¿quién se queda el piso de verano?, ¿cómo se valora la colección de cuadros del tío que pintaba mejor que cobraba?, ¿qué hacemos con el negocio que da de comer a uno de los hermanos y de orgullo al resto? Aquí una gestión serena y bien documentada funciona casi como mediación: con tasaciones independientes, criterios homogéneos y explicaciones en lenguaje humano, el acuerdo deja de parecer un milagro y pasa a ser una decisión informada. En Vilagarcía, donde todos se ven en el mercado de abastos tarde o temprano, evitar que las herencias se conviertan en sagas es un servicio público no escrito.

Hay además un rasgo propio de esta tierra que se cuela en cada conversación: el derecho civil gallego, con sus pactos sucesorios que tanto juego han dado en planificación patrimonial. Los famosos pactos de mejora o apartación son más asunto de antes que de después, pero importan al interpretar lo que ya está hecho, porque explican por qué un hijo recibió en vida la vivienda habitual o cómo se compensó a un descendiente que se quedó en el negocio. La foto completa exige leer esas piezas con cuidado, para que nadie cuente dos veces lo mismo ni se pierda el hilo entre lo que fue donación, lo que fue pacto y lo que ahora toca liquidar. Y todo ello con el añadido de conocer las últimas vueltas normativas, incluida la tributación si se transmiten bienes recibidos por pacto en plazos determinados, tema que puede dar conversación para otra tarde de invierno frente al puerto.

El lado práctico, que rara vez sale en las novelas, manda más que los grandes principios. Coordinar cita en notaría sin convertirlo en una gincana, preparar poderes si uno de los herederos vive en Madrid o en Bruselas, tramitar certificados digitales para presentar el impuesto telemáticamente, cuadrar agendas para la firma y, cuando procede, encajar la venta de un inmueble con certificado energético, nota simple, cancelación de cargas y, si hace falta, un pintado de paredes que sube el precio más que muchas discusiones. No son gestas jurídicas, son tareas encadenadas que, si se hacen con método, ahorran tiempo, dinero y, sobre todo, dolores de cabeza. A falta de épica, vale el gusto por el detalle, y eso en este oficio se traduce en cronogramas, presupuestos cerrados desde el principio y llamadas proactivas que evitan el temido “¿cómo va lo mío?” de los lunes.

No todo es papeleo. Hay que saber contar lo que se hace. Los herederos agradecen saber por qué se elige una u otra vía, qué consecuencias tiene firmar ahora o más tarde, qué implica aceptar a beneficio de inventario, cómo se liquida el ajuar doméstico sin convertir el sofá en protagonista fiscal y qué ocurre con las deudas tributarias o las hipotecas. El humor ayuda cuando toca vaciar una casa y aparecen las joyas ocultas de la familia: ese juego de café que todos temían heredar, la caja de tornillos que merece museo y los manuales de electrodomésticos anteriores a internet. Desdramatizar sin frivolizar es un arte, y cuando se combina con datos claros, la tensión baja y el expediente avanza.

Queda un último elemento, muy local, que suele cerrar el círculo: la sensación de cercanía. En una ciudad en la que el apellido abre puertas y los rincones tienen nombre propio, contar con un equipo que conoce las calles, los notarios, los tiempos de los registros y hasta los días de más cola en la administración marca la diferencia. Quien haya intentado resolver una duda fiscal en pleno agosto cuando media Ría está pendiente de las mareas sabe que el contexto importa. Y si además se responde con rapidez, se envían copias de todo lo firmado y se atienden las pequeñas grandes dudas que surgen después —porque siempre surgen—, la experiencia se vuelve digerible, como una tarde tranquila en la playa de A Concha cuando el viento decide, por fin, ponerse de acuerdo.