Los metales preciosos más utilizados en joyería son la plata, el titanio y el oro, incluyendo sus múltiples aleaciones. En este sector también se aprovechan las cualidades de metales como el cobre, el latón o el titanio, pero están catalogados como no preciosos y reciben un uso secundario en broches, anillos, collares o pendientes de oro.
De todos los metales nobles, el oro es sin duda el más antiguo y famosos. Su explotación con fines ornamentales se remonta a la Prehistoria. Los distintos grados de pureza de este metal se miden en quilates. De todas sus cualidades, destacan la ductilidad y el brillo, muy duradero en el tiempo.
Debido a la escasa dureza del oro puro, se mezcla usualmente con metales de menor valor, como el palacio o el cobre. Este último produce el oro amarillo, aleación de color algo rojizo. Por su parte, el oro blanco surge de la aleación entre este metal y el paladio o la plata. Posee un tono gris y una resistencia apreciadas en joyería.
Por su rareza y alto valor, el platino es el metal precioso que más enteros ha ganado en el sector. Sus propiedades incluyen la pureza, el peso, la ductilidad, la resistencia a la oxidación y la dureza. A simple vista, el ojo inexperto puede confundirlo con la plata o el oro amarillo, pese a que su brillo y marcado de autenticidad no guardan relación. Además, las personas con pieles sensibles se sentirán más cómodas luciendo un anillo de platino gracias al carácter hipoalergénico de dicho metal.
La plata es sinónimo de elegancia, y en joyería se explota desde el Egipto antiguo. Hoy recibe un uso intensivo gracias a su equilibrio óptimo entre dureza y maleabilidad. Se clasifica en tres tipos: la plata de código novecientos cincuenta, la de código novecientos y la esterlina.