Determinadas variedades de uva logran sorprender al consumidor no en vinos monovarietales, sino en mezclas o coupages, resultado de la fusión de dos o más uvas. En la elaboración de estos caldos mixtos intervienen variedades tan aptas como la caíño tinto, a menudo referida como azal tinto o amaral.
En concreto, el vino caiño tinto se caracteriza por su intenso aroma floral y afrutado, estructurado en boca, capaz de potenciar multitud de variedades. Se cultiva principalmente en Galicia, siendo una de sus cepas autóctonas más apreciadas. Pero la fama del caíño blanco no debe atribuirse sólo a sus mezclas, pues los vinos monovarietales elaborados con esta uva gozan de popularidad.
Otra de las variedades estrella para mezclas vinícolas es la garnacha, cultivada en las regiones del sur de Francia, aunque sus orígenes deben rastrearse en Aragón, según los entendidos en la materia. Es un ingrediente común en mezclas de vinos tintos y rosados, siendo la uva tempranillo su ‘compañera’ más habitual. Respecto a sus cualidades organolépticas, destaca por su sabor y aroma afrutados, frescos y ligeros.
La brancellao, además de una de las uvas tintas más valoradas en la D.O. Ribeiro, es un complemento usual en multitud de mezclas de vino. Se distingue por su marcado aroma y toque glicérico y graso. Suele agregarse a variedades más ricas en polifenólico.
La de mazuelo es otra uva tinta muy utilizada en coupages, a los que dota de un punto idóneo de acidez. Se cultiva en La Rioja, Navarra y Cataluña y posee un color intenso y una concentración elevada de azúcares. Por otra parte, la uva merlot proviene de la lejana región de Burdeos y es apreciado en mezclas y en monovarietales en igual medida. Algo similar le sucede a la uva cabernet, que nunca pasa desapercibida en mezclas, por su regusto frutal y herbáceo.